Capítulo 3
La
respuesta
a mañana recién comenzaba cuando Arssa tocaba
la puerta de su hija. La princesa no tenía ánimos de levantarse así que solo se
acurrucó más en las finas mantas bordadas de su gran cama.
-¡El Rey Oscuro ha enviado una carta! –la voz
de su madre estaba llena de júbilo. Parecía como si el corazón fuera a
salírsele.
-¿Ya la has leído? –preguntó Rozzabeth
refregándose los ojos delicadamente y pensando en que la criada se las pagaría
si le había dicho algo a su madre.
-No, pero tú si debes hacerlo… después de
todo a ti se te ocurrió enviarle el un regalo. Por cierto no quiero que dañes a
la criada, Rozzabeth… ella solo cumplió con la tarea que yo, la reina, le había
encomendado.
Rozzabeth quería morirse de la indignación,
todo le había salido mal.
Abrió el sobre de la carta, pasando
nuevamente los dedos sobre el sello y sintiendo esa misma extraña sensación que
había sentido antes.
“Estimada Rozzabeth, tu cuadro ha sido toda una
sorpresa para mí. Por lo visto eres muy talentosa y con ello no solo me refiero
a tu increíble don en la pintura, sino en la astuta jugada que has hecho. Eres
impresionante en el dibujo, pero espero que no sea solo ese el arte que más
domines, y sabes a lo que me refiero.
El lecho de tus padres ha hecho de ti una
gloriosa obra de arte. Espero ansioso la llegada de una mujer tan peculiarmente
misteriosa como tú.
Alaster III de la
dinastía Grimory.”
Rozzabeth quedó totalmente desconcertada con
lo que leyó. Cada palabra estaba perfectamente puesta, parecía como si el
propio rey la estuviera desafiando a esforzarse más por decepcionarlo o
asustarlo. Por la sugerente respuesta, pudo deducir que quizá los dichos sobre
este hombre eran ciertos, después de todo solo a un desequilibrado podría
gustarle un cuadro pintado con sangre. A un desequilibrado y a ella, claro.
-¿Qué ha puesto? –Arssa estaba preocupada.
Vio la cara de su hija enrojecer y eso la hizo pensar en malas noticias.
Rozzabeth miró a su madre con los ojos encendidos, esto no podía ser,
las cosas estaban complicándose.
-Le ha gustado –respondió la sangrienta
princesa, rodando los ojos-. Casi no me lo puedo creer.
-Esto es un milagro. Le avisaré a tu padre
–comentó Arssa muy feliz y salió de la habitación.
La joven se quedó tendida en la cama con la
mirada perdida, no tenía idea de qué era lo que iba a hacer para tratar de no
ser elegida. Las palabras de la carta le retumbaban en la cabeza y cuando
volvió a cogerla para destrozarla, el sello con el perro de tres cabezas la
aturdieron y no pudo hacerlo, era una
sensación más grande que ella. Era algo completamente nuevo, que le daba mucho
miedo.
Los preparativos del viaje debían estar
listos hoy, todo debía estar en orden para que Rozzabeth viajara al Reino
Oscuro para conocer al Rey.
La gente estaba toda alterada, corrían por
todas partes en el castillo y le daban miradas extras. Debían estar casi
seguros de que la elegirían, y eso le molestaba, porque ella también lo creía.
Trataba de apartar la idea de su cabeza, pero a cada segundo se convencía más y
más de que sería la futura Reina Oscura.
-¡Criadas! –Rozzabeth corrió hasta la cocina,
dónde se estaba desplumando un pato.
Las muchachas dejaron de hacer sus quehaceres
y al ver a la princesa entrar
desesperada, retrocedieron un paso, como si temieran convertirse en sapos.
-¿Dónde está mi madre? –Rozzabeth se acercó
violentamente a la criada que la había delatado sobre el regalo, para
asustarla.
-No lo sabemos, princesa –contestó la joven
muy asustada. Temía que Rozzabeth la hiciera desangrarse ahí mismo.
-No importa –La princesa le respondió con una
sonrisa complacida.
Luego, salió de la cocina rápidamente y les
permitió a las criadas recuperar el aliento.
Caminó de vuelta a su habitación y tras prepararse
con su ropa de excursión: su ajustado corsé, pantalones, su gruesa capa negra
con bordados de piedras preciosas, sus botas y el morral en el que llevaba todo
lo necesario, bajó las escaleras para salir en dirección al bosque.
Los guardias reales la interceptaron en la
entrada del palacio. Como princesa, tenía estrictamente prohibido salir sola
porque sus padres, secretamente, temían que la quisieran matar.
-Su alteza… -dijo el alto guardia que
resguardaba la última puerta.
-Ni lo crea –le contestó Rozzabeth
desafiante-. Una sola palabra de mi salida a la reina y haré que los perros se
coman sus tripas. ¿Entendido?
La chica dejó a los soldados aterrados.
Hombres altos y fuertes, temiéndole a una jovencita de diecisiete años, parecía
una broma, pero en realidad ese era el comportamiento de la gente ante una
mujer como ella. Con pequeños saltos, la princesa se fue al bosque por la parte
trasera del castillo, donde nadie podía verla.
Los árboles eran enormes y tenebrosos, había
pequeños animalitos en madrigueras y estaba plagado de zetas de diversas formas
y colores. En un lado crecían hermosas rosas rojas, que tenían gigantescas
espinas, éstas se encontraban alrededor de todo el pueblo y lo cercaban,
dándole el nombre al reino. Rozzabeth sabía que era peligroso estar allí cuando
anocheciera, pero debía enfrentar cualquier cosa con tal de encontrar lo que
buscaba, con tal de que su nuevo plan funcionara.
El silencio no era absoluto, el aire zumbaba
entre las ramas de los árboles y agitaba sus copas. Todo estaba tranquilo, pero
a veces uno que otro conejo o animal aparecía, emocionándola con su presencia.
Se acercó a cada árbol en busca de polillas, y aunque se tardó mucho en
recolectar todas las que deseaba, no le importaba, no quería salir de ese
lugar. Por alguna razón, estar en el tenebroso bosque le encantaba, allí la soledad parecía un regalo, o así lo había
sentido ella toda su vida. Cuando era pequeña, le fascinaba internarse sola en
el bosque y sentir cómo éste la devoraba, cómo le entregaba todos sus secretos
y hermosura, solo a ella. Sin embargo, ahora era diferente, Rozzabeth no era
una niña, y sabía que si seguía el sendero que se adentraba en lo más denso del
bosque, se podía llegar al Reino Oscuro, y eso, por extraño que sonase, la
hacía sentir acompañada. Rozzabeth no sabía explicar lo que sentía, pero lo más
parecido que encontró fue la irresistible curiosidad de conocerlo, conocer el
reino y al Rey Oscuro, ese hombre tan honorable y temible con el que
probablemente se casaría, ese hombre que la haría suya y la tendría prisionera
en una vida que ella no deseaba. O eso
creo, pensó.
Sentada en medio del bosque, se asustó
al ver una luz entre las rosas. Se paró
rápidamente, pero con cuidado, y se escondió tras un árbol.
-Rozzabeth… -la llamó la voz, era tan
melodiosa y embriagadora que decidió ir.- No me temas, Rozzabeth, jamás te
haría daño…
Rozzabeth se acercó al enorme rosal que
formaba una cueva de espinas, y miró a todos lados. Cuando entró, la vio. Sabía que la conocía,
la había visto en algunos sueños en los
que jugaban y pasaban tiempo juntas.
-Ven… -dijo la serpiente cuando la princesa
entró-. Ven aquí…
El animal era enorme y hermoso, la princesa
jamás había visto algo como ello antes. Era de un color rojo sangre, con
escamas que parecían suaves y frías, sus ojos eran grandes y expresivos.
-Ven, pequeña princesa… -volvió a llamarla la
serpiente, esta bes reptando un poco más cerca de ella.
Rozzabeth no lo pensó dos veces y puso con
cuidado, su morral en el suelo. Comenzó a desvestirse hasta quedar
completamente desnuda, y luego caminó hasta la serpiente.
-Eressss herrmossssa Rozzzzabeth… -le dijo la serpiente
subiendo por su pierna-. Alassssterrr ssserá el mejorrr compañerooo…
Rozzabeth no entendía lo que pasaba, ni le
importaba. Ni siquiera podía hablar. La sensación que le producía la serpiente
al moverse por su piel, era tan placentera que no le dejaba pensar y escuchaba
la voz muy de lejos. Estaba sumida en el éxtasis…
-Essssteee essss miii regaaaalooo – dijo la
serpiente, tocando con su lengua la oreja de la princesa.
Rozzabeth estiró las manos casi por insería y
recibió lo que el animal le escupió de lo más profundo de sus fauces. Era un
fruto muy lustroso de color rojo intenso, no era ni grande ni pequeño, era
perfecto.
-Cóóóóóómeloooo –ordeno la serpiente mirando
a la princesa con intensidad.
Rozzabeth apretó el fruto entre sus manos y
lo olió, tenía un aroma dulce y delicioso que le llegaba hasta la garganta y la
hizo desear comérselo. Separó los labios y le dio un mordisco que le atravesó
el alma. Luego de que el bolo del fruto bajara por su garganta
dificultosamente, la princesa se dio cuenta de que éste tenía en su interior,
espinas y un viscoso líquido negro se derramaba por su superficie.
-Tiene… espinas… pero es tan… delicioso –dijo
la princesa casi sin poder respirar, antes de dar otro mordisco.
-Teeee dueeeleee y tee gusssstaa ¿no? -La
serpiente reptó hasta ella nuevamente y comenzó a envolver todo su cuerpo,
apretándola suavemente.
-Sí –respondió la joven princesa con los
labios negros y espinas en la garganta-. Me gusta mucho…
-Puessss assssí seee sssientee él,
Rozzzaaabeth… este regalo esss para los dosss. Ess para que lo vuessstro jamáss
termine… para que sssuu amor ssseeeaaa eternooo.
La serpiente comenzó a enrollarse más y más
en el cuerpo de la princesa, apretándola tanto, que la estaba asfixiando.
Rozzabeth no podía zafarse del animal, la estaba matando. Su vista se nubló y vio
a la mujer de forma muy borrosa, pero sabía que era ella.
-Acéptalo, mi pequeña –dijo la mujer con
dulzura-.Él te amará por siempre.
-¿Volveré a verte?-preguntó la princesa sin
respirar.
-Claro, yo siempre estaré contigo, mi
pequeña-respondió la mujer y le dio un beso en la frente.
Cuando abrió los ojos, la oscuridad se había
apoderado de todo, y el frío le caló los huesos. Estaba completamente desnuda y
eso la hizo sentir miedo, no estaba segura de lo que había ocurrido, pero al
pasar la yema de sus dedos por el borde de sus labios, comprobó que el dulce
líquido negro aún estaba allí. Había sido
real.
Se levantó y vistió rápidamente. La tela
provocó una exquisita sensación de calor en su piel y la hizo sentir
reconfortada. Aun se sentía confundida y
temerosa, pero ahora otra sensación ocupaba su cuerpo también. Estaba muy
enojada. Debe ser un truco, uno de sus
trucos oscuros, de los que la gente dice que llaman a las doncellas a
internarse en el bosque… pero no funcionará conmigo, pensó sacudiendo la
cabeza. En ese instante un animalito chocó contra su bota. Era un conejo
pequeñito. Rozzabeth lo levantó y le acarició el lomo.
-Lo mataré –le dijo Rozzabeth al conejito en
una de sus orejas-. Sí, voy a matarlo, me quedaré con su reino y con el de mi
padre cuando muera, y podré hacer lo que quiera… pero primero debe elegirme-.
La princesa suspiró y miró al cielo.
Él me
elegirá, fue
lo último que pensó cuando caminó de regreso al castillo.
Capítulo 4
El viaje
al Reino Oscuro
n escuálido rayo de sol le dio en la cara,
hizo que abriera los ojos y dibujó en su rostro una malvada sonrisa. El día
había llegado y ella sabía perfectamente todo lo que debía hacer. Su plan no
podía fallar, porque si lo hacía, toda su vida lo haría.
-¡Hoy es el gran día! –dijo Arssa, haciéndola
dejar de sonreír.
-Qué bien –respondió ella con ironía.
-En seguida mandaré a las criadas para que te
preparen el baño. La costurera vendrá luego para que veas tu vestido.
Arssa salió de la habitación sin decir nada,
ni preguntarle nada a su hija. A lo lejos se escuchaba que tarareaba una
canción y luego desapareció bajo la escalera. Pasado los minutos, que
parecieron segundos, un escuadrón de criadas entró por la puerta.
-Bienvenidas – les dijo Rozzabeth con una
tenebrosa voz. Le encantaba ver cómo las jóvenes se persignaban en secreto.
Calentaron el agua y vertieron en ella
aceites aromáticos, pétalos de rosas y otras sales minerales. Rozzabeth no
quería que fueran ellas quienes la bañaran, porque ella podía hacerlo sola, sin
embargo necesitaba ayuda con su cabello, así que solo les permitió encargarse de ello. Las muchachas le lavaron
cuidadosamente la larga cabellera roja, que era como la sangre, y la cepillaron
con delicadeza para que quedara reluciente.
Cuando terminaron, la costurera ya estaba
tocando la puerta y venía junto a dos hombres que traían el vestido que ella
usaría para conocer a su futuro marido. Rozzabeth se puso la bata y permitió
que los empleados dejaran el vestido sobre su cama.
El vestido era muy elegante, tenía una gran
falda con rosas negras bordadas, el corsé también era del mismo color y tenía un agregado de encaje que cubría la
parte del cuello, entre el escote y las mangas, y por detrás una fila de cordones subían hasta la parte superior
del cuello.
-Es hermoso… -dijo la princesa tomándolo y
girando con él. A veces era un poco infantil-.
Pero… quiero un cambio…
-¿Qué es lo que le gustaría cambiar,
princesa? –la costurera tenía los ojos bien abiertos porque sabía que aquel
cambio no podía significar nada bueno.
Rozzabeth se acercó a su tocador y de un
cajón sacó un frasco de vidrio que como tapa tenía una rejilla. Estaba lleno de
polillas vivas.
-Quiero que las ponga en el escote del
vestido –le dijo ella.
La mujer sintió asco de hacer lo que la chica
le pedía, obviamente no le agradaba la idea de atravesar polillas para hacer
que el vestido fuera una obra de arte. Rozzabeth no podía evitar tramar cosas
para espantar al Rey Oscuro, pero solo haría esto y luego se esforzaría en seducirlo.
-Como usted lo ordene, princesa –dijo la
mujer tomando el frasco y se retiró del aposento.
La princesa se puso las suaves medias con
ligas de encajes, los botines y para el corsé su madre acudió a prestarle ayuda.
A veces, en los mejores días de ambas, hacían ciertas cosas juntas que
significaban mucho para las dos. En el fondo, la princesa sabía que era lo que
su madre más amaba.
-Has crecido demasiado rápido-dijo la reina
mientras miraba la escultural y joven figura de su hija.
En ese momento algo pasó por la cabeza de
Rozzabeth, sintió los cordones del corsé apretándole de la misma forma en la
que lo hacían sus nuevas responsabilidades de futura reina. Y esposa.
-Sí, creo que si –respondió confundida y sin
mirarse al espejo porque sabía perfectamente lo que vería. Una mujer y no una
niña.
La modista llamó a la puerta y le entregó el
vestido ya modificado. Rozzabeth se probó el traje son las polillas
agonizantes. Los insectos aleteaban tratando de salir de la trampa mortal en la
que se encontraban, pero era demasiado tarde.
Las criadas entraron a la habitación y junto con
las recomendaciones de la reina, peinaron a Rozzabeth dejando su cabello
esplendoroso. Agregaron un tocado con
rosas negras en la parte superior envueltas, o mejor dicho enredadas, en
curvadas ramas llenas de espinas y en la parte frontal tenía un velo que le
cubría el rostro, pero en realidad era
una rejilla y tenía cadenitas que colgaban por debajo del cuello.
-Creo que por primera vez me has entendido,
madre. Parece como si estuviera vestida para mi funeral- comentó sonriente la
princesa, al ver lo hermosa que lucía.
-El Rey Oscuro no aceptará a cualquier chica
Rozzabeth… él es especial y requiere de una reina igual de oscura que él… que
esté a su altura- Arssa se acercó sonriendo feliz -O por sobre él.
Rozzabeth estaba sorprendida, por alguna razón
muy estúpida sentía unas ansias descontroladas por conocer al rey. Su corazón
ansiaba conocer al hombre que tan informal y sugerente carta le había enviado ,
quería saber cómo era , cómo lucía, cómo se sentiría estar cerca de alguien
como él. Estúpida, se dijo a sí
misma, no importa cómo se sienta, no
serás suya.
Cuando estuvieron listas, la princesa y su
madre bajaron para tomar el carruaje real. El rey las esperaba al pie de la
escalera y tenía un misterioso aspecto, parecía sentirse orgulloso y Rozzabeth
jamás lo había visto así.
-¡Mirad todos! –gritó inflando el pecho -.
Aquí tienen a la próxima Reina Oscura, se los aseguro.
Rozzabeth no pudo evitar dar una pequeña
sonrisa de satisfacción y hacer una reverencia a su padre y a los de la corte,
que por primera vez, dieron un verdadero aplauso por ella. Bastardos, pensó.
Caminó hasta el carruaje y éste partió a toda
prisa. Los caballos eran de color negro y parecían endemoniados cabalgando con
tanta elegancia y fiereza al mismo tiempo, llevaban arnés con puntas de metal
que les daban un aspecto sobrenatural. Por la pequeña ventana del carruaje pudo
ver cómo se alejaba cada vez más de su horrenda vida en el castillo, y se
acercaba a su nueva vida en el Reino Oscuro. El aire le faltó unas cuantas
veces, así que tuvo que abrir la ventanita para no ahogarse con su propia
preocupación.
Entre más se adentraban en el bosque, y se
acercaban al reino, los árboles parecían volverse más y más monstruosos. Había
pinos gigantescos, árboles de ramas puntiagudas y el musgo atacaba cada espacio
libre, como un silencioso parásito que te mata lentamente. Y a lo lejos se
escuchaba la fiereza con que el agua chocaba en el acantilado.
-Hemos llegado al Reino Oscuro, mi reina
–anunció el cochero cuando cruzaron las gigantescas puertas de metal.
-Muy bien, gracias –respondió Arssa
entusiasmada.
La princesa estaba muy nerviosa, sentía que
las manos le sudaban y que sus mejillas estaban tan rojas como tomates. Por la
ventana pudo divisar vagamente el pueblo, la gente miraba la carroza con
sorpresa y otros con desdén. A la distancia se podía ver el castillo, era una
imponente estructura de piedra oscura
perfectamente puestas. La edificación tenia tantas torres que no había un
número fijo, las puntas de éstas se alzaban desafiante como puñales contra el
cielo y frente a la entrada, dónde aguardaban filas de guardias reales, había
una pileta en la cual un ángel de blanco mármol, se clavaba un puñal en el
corazón y soltaba agua por la boca como si fuera sangre.
Dos carrozas más llegaron al mismo tiempo que
la de Rozzabeth, eran las de las otras princesas que competirían con ella para
ocupar el puesto junto al rey. Las puerta de los carruaje se abrieron y las
doncellas descendieron con elegancia. Marishka, la princesa del reino Viento
del Este, era una joven muy linda y esplendorosa, en su mirada no había nada
más que bondad. Tenía el cabello rubio y ojos claros, llevaba un vestido azul
con un pronunciado escote que hacía parecer su pureza interna, falsa.
Reveqquia, princesa del Reino del Norte, sin
embargo, tenía una mirada fría y calculadora. Llevaba un vestido morado muy
recatado para su vulgar rostro, al igual que su oscuro cabello. Ambas chicas se
miraron sonriente he hicieron una reverencia, pero cuando vieron a Rozzabeth
descender del carruaje, ya que lo hizo después que sus contrincantes, las
sonrisas se borraron de sus rostros. Lo primero que vieron fue la punta de unos
finísimos botines negros, luego, tuvieron que resistirse a abrir las bocas
dramáticamente pues Rozzabeth y su madre
venían caminando sobre la alfombra roja que el cochero había deslizado a los
pies de las damas.
Rozzabeth sentía las miradas sobre ella como
cuchillas afiladas. Las princesas estaban odiándola porque su vestido, con
todos sus macabros detalles, la hacía ver como una diosa del infierno que venía
a reclamar el lugar junto al Rey Oscuro. Ciertamente, lo era, Rozzabeth sabía
que debía ser elegida y que no había otra opción pues de ello dependía su vida
entera.
Cuando pasó junto a la pileta, estaba tan
nerviosa que no sabía si lo que veía era verdad o no: el ángel había comenzado
a escupir agua roja. Sangre.
Las princesas y las reinas las saludaron con
una reverencia y ella respondió de la misma forma, pero cuando levantó la
mirada, sintió que algo le apuñalaba el alma. Era otra mirada, la del Rey
Oscuro. Él la observaba fijamente desde el balcón que estaba sobre la gran
puerta principal. Su mirada era tan poderosa que la princesa, aun bajo el velo
de su tocado, se sintió desprotegida. Se miraron solo un instante porque los
ojos del rey lo requerían, pero la mirada de la joven también era poderosa y
bella, tan bella que no permitía que cualquier hombre tuviera la oportunidad de
indagar en ella. De perderse.
-¡Bienvenidas princesa a mi humilde morada!
–anunció el rey con mucha parsimonia, desde el balcón. De la perdición, imaginó escuchar
agregar al rey, Rozzabeth.
Las princesas, sus madres y los guardias
entraron al palacio, y tras cerrarse las puertas, comenzó la verdadera, pero
silenciosa, guerra por el rey. Una semana, solo ese era el tiempo que tenía
para hacerlo morir por ella, para hacerlo adicto a su peculiar humanidad y
luego deshacerse de él como a un trapo viejo.
Será mío, su
voluntad me pertenecerá y lo convertiré en mi nueva diversión, se prometió
Rozzabeth, sintiendo la verdad que se escondía tras sus palabras.