lunes, 10 de octubre de 2016

Reina Sangrante ( Capítulo 3 y 4)



Capítulo 3
La respuesta
L
a mañana recién comenzaba cuando Arssa tocaba la puerta de su hija. La princesa no tenía ánimos de levantarse así que solo se acurrucó más en las finas mantas bordadas de su gran cama.
-¡El Rey Oscuro ha enviado una carta! –la voz de su madre estaba llena de júbilo. Parecía como si el corazón fuera a salírsele.
-¿Ya la has leído? –preguntó Rozzabeth refregándose los ojos delicadamente y pensando en que la criada se las pagaría si le había dicho algo a su madre.
-No, pero tú si debes hacerlo… después de todo a ti se te ocurrió enviarle el un regalo. Por cierto no quiero que dañes a la criada, Rozzabeth… ella solo cumplió con la tarea que yo, la reina, le había encomendado.
Rozzabeth quería morirse de la indignación, todo le había salido mal.
Abrió el sobre de la carta, pasando nuevamente los dedos sobre el sello y sintiendo esa misma extraña sensación que había sentido antes.
“Estimada Rozzabeth, tu cuadro ha sido toda una sorpresa para mí. Por lo visto eres muy talentosa y con ello no solo me refiero a tu increíble don en la pintura, sino en la astuta jugada que has hecho. Eres impresionante en el dibujo, pero espero que no sea solo ese el arte que más domines, y sabes a lo que me refiero.
El lecho de tus padres ha hecho de ti una gloriosa obra de arte. Espero ansioso la llegada de una mujer tan peculiarmente misteriosa como tú.
Alaster III de la dinastía Grimory.”
Rozzabeth quedó totalmente desconcertada con lo que leyó. Cada palabra estaba perfectamente puesta, parecía como si el propio rey la estuviera desafiando a esforzarse más por decepcionarlo o asustarlo. Por la sugerente respuesta, pudo deducir que quizá los dichos sobre este hombre eran ciertos, después de todo solo a un desequilibrado podría gustarle un cuadro pintado con sangre. A un desequilibrado y a ella, claro.
-¿Qué ha puesto? –Arssa estaba preocupada. Vio la cara de su hija enrojecer y eso la hizo pensar en malas noticias.
Rozzabeth miró a su madre  con los ojos encendidos, esto no podía ser, las cosas estaban complicándose. 
-Le ha gustado –respondió la sangrienta princesa, rodando los ojos-. Casi no me lo puedo creer.
-Esto es un milagro. Le avisaré a tu padre –comentó Arssa muy feliz y salió de la habitación.
La joven se quedó tendida en la cama con la mirada perdida, no tenía idea de qué era lo que iba a hacer para tratar de no ser elegida. Las palabras de la carta le retumbaban en la cabeza y cuando volvió a cogerla para destrozarla, el sello con el perro de tres cabezas la aturdieron  y no pudo hacerlo, era una sensación más grande que ella. Era algo completamente nuevo, que le daba mucho miedo.
Los preparativos del viaje debían estar listos hoy, todo debía estar en orden para que Rozzabeth viajara al Reino Oscuro para conocer al Rey.
La gente estaba toda alterada, corrían por todas partes en el castillo y le daban miradas extras. Debían estar casi seguros de que la elegirían, y eso le molestaba, porque ella también lo creía. Trataba de apartar la idea de su cabeza, pero a cada segundo se convencía más y más de que sería la futura Reina Oscura.
-¡Criadas! –Rozzabeth corrió hasta la cocina, dónde se estaba desplumando un pato.
Las muchachas dejaron de hacer sus quehaceres y al ver a la princesa  entrar desesperada, retrocedieron un paso, como si temieran convertirse en sapos.
-¿Dónde está mi madre? –Rozzabeth se acercó violentamente a la criada que la había delatado sobre el regalo, para asustarla.
-No lo sabemos, princesa –contestó la joven muy asustada. Temía que Rozzabeth la hiciera desangrarse ahí mismo.
-No importa –La princesa le respondió con una sonrisa complacida. 
Luego, salió de la cocina rápidamente y les permitió a las criadas recuperar el aliento.
Caminó de vuelta a su habitación y tras prepararse con su ropa de excursión: su ajustado corsé, pantalones, su gruesa capa negra con bordados de piedras preciosas, sus botas y el morral en el que llevaba todo lo necesario, bajó las escaleras para salir en dirección al bosque.
Los guardias reales la interceptaron en la entrada del palacio. Como princesa, tenía estrictamente prohibido salir sola porque sus padres, secretamente, temían que la quisieran matar.
-Su alteza… -dijo el alto guardia que resguardaba la última puerta.
-Ni lo crea –le contestó Rozzabeth desafiante-. Una sola palabra de mi salida a la reina y haré que los perros se coman sus tripas. ¿Entendido?
La chica dejó a los soldados aterrados. Hombres altos y fuertes, temiéndole a una jovencita de diecisiete años, parecía una broma, pero en realidad ese era el comportamiento de la gente ante una mujer como ella. Con pequeños saltos, la princesa se fue al bosque por la parte trasera del castillo, donde nadie podía verla.
Los árboles eran enormes y tenebrosos, había pequeños animalitos en madrigueras y estaba plagado de zetas de diversas formas y colores. En un lado crecían hermosas rosas rojas, que tenían gigantescas espinas, éstas se encontraban alrededor de todo el pueblo y lo cercaban, dándole el nombre al reino. Rozzabeth sabía que era peligroso estar allí cuando anocheciera, pero debía enfrentar cualquier cosa con tal de encontrar lo que buscaba, con tal de que su nuevo plan funcionara.
El silencio no era absoluto, el aire zumbaba entre las ramas de los árboles y agitaba sus copas. Todo estaba tranquilo, pero a veces uno que otro conejo o animal aparecía, emocionándola con su presencia. Se acercó a cada árbol en busca de polillas, y aunque se tardó mucho en recolectar todas las que deseaba, no le importaba, no quería salir de ese lugar. Por alguna razón, estar en el tenebroso bosque  le encantaba, allí  la soledad parecía un regalo, o así lo había sentido ella toda su vida. Cuando era pequeña, le fascinaba internarse sola en el bosque y sentir cómo éste la devoraba, cómo le entregaba todos sus secretos y hermosura, solo a ella. Sin embargo, ahora era diferente, Rozzabeth no era una niña, y sabía que si seguía el sendero que se adentraba en lo más denso del bosque, se podía llegar al Reino Oscuro, y eso, por extraño que sonase, la hacía sentir acompañada. Rozzabeth no sabía explicar lo que sentía, pero lo más parecido que encontró fue la irresistible curiosidad de conocerlo, conocer el reino y al Rey Oscuro, ese hombre tan honorable y temible con el que probablemente se casaría, ese hombre que la haría suya y la tendría prisionera en una vida que ella no deseaba. O eso creo, pensó.
Sentada en medio del bosque, se asustó al  ver una luz entre las rosas. Se paró rápidamente, pero con cuidado, y se escondió tras un árbol.
-Rozzabeth… -la llamó la voz, era tan melodiosa y embriagadora que decidió ir.- No me temas, Rozzabeth, jamás te haría daño…
Rozzabeth se acercó al enorme rosal que formaba una cueva de espinas, y miró a todos lados.  Cuando entró, la vio. Sabía que la conocía, la había visto en algunos sueños  en los que jugaban y pasaban tiempo juntas.
-Ven… -dijo la serpiente cuando la princesa entró-. Ven aquí…
El animal era enorme y hermoso, la princesa jamás había visto algo como ello antes. Era de un color rojo sangre, con escamas que parecían suaves y frías, sus ojos eran grandes y expresivos.
-Ven, pequeña princesa… -volvió a llamarla la serpiente, esta bes reptando un poco más cerca de ella.
Rozzabeth no lo pensó dos veces y puso con cuidado, su morral en el suelo. Comenzó a desvestirse hasta quedar completamente desnuda, y luego caminó hasta la serpiente.
-Eressss  herrmossssa Rozzzzabeth… -le dijo la serpiente subiendo por su pierna-. Alassssterrr ssserá el mejorrr compañerooo…
Rozzabeth no entendía lo que pasaba, ni le importaba. Ni siquiera podía hablar. La sensación que le producía la serpiente al moverse por su piel, era tan placentera que no le dejaba pensar y escuchaba la voz muy de lejos. Estaba sumida en el éxtasis…
-Essssteee essss miii regaaaalooo – dijo la serpiente, tocando con su lengua la oreja de la princesa.
Rozzabeth estiró las manos casi por insería y recibió lo que el animal le escupió de lo más profundo de sus fauces. Era un fruto muy lustroso de color rojo intenso, no era ni grande ni pequeño, era perfecto.
-Cóóóóóómeloooo –ordeno la serpiente mirando a la princesa con intensidad.
Rozzabeth apretó el fruto entre sus manos y lo olió, tenía un aroma dulce y delicioso que le llegaba hasta la garganta y la hizo desear comérselo. Separó los labios y le dio un mordisco que le atravesó el alma. Luego de que el bolo del fruto bajara por su garganta dificultosamente, la princesa se dio cuenta de que éste tenía en su interior, espinas y un viscoso líquido negro se derramaba por su superficie.
-Tiene… espinas… pero es tan… delicioso –dijo la princesa casi sin poder respirar, antes de dar otro mordisco.
-Teeee dueeeleee y tee gusssstaa ¿no? -La serpiente reptó hasta ella nuevamente y comenzó a envolver todo su cuerpo, apretándola suavemente.
-Sí –respondió la joven princesa con los labios negros y espinas en la garganta-. Me gusta mucho…
-Puessss assssí seee sssientee él, Rozzzaaabeth… este regalo esss para los dosss. Ess para que lo vuessstro jamáss termine… para que sssuu amor ssseeeaaa eternooo.
La serpiente comenzó a enrollarse más y más en el cuerpo de la princesa, apretándola tanto, que la estaba asfixiando. Rozzabeth no podía zafarse del animal, la estaba matando. Su vista se nubló y vio a la mujer de forma muy borrosa, pero sabía que era ella.
-Acéptalo, mi pequeña –dijo la mujer con dulzura-.Él te amará por siempre.
-¿Volveré a verte?-preguntó la princesa sin respirar.
-Claro, yo siempre estaré contigo, mi pequeña-respondió la mujer y le dio un beso en la frente.
Cuando abrió los ojos, la oscuridad se había apoderado de todo, y el frío le caló los huesos. Estaba completamente desnuda y eso la hizo sentir miedo, no estaba segura de lo que había ocurrido, pero al pasar la yema de sus dedos por el borde de sus labios, comprobó que el dulce líquido negro aún estaba allí. Había sido real.
Se levantó y vistió rápidamente. La tela provocó una exquisita sensación de calor en su piel y la hizo sentir reconfortada.  Aun se sentía confundida y temerosa, pero ahora otra sensación ocupaba su cuerpo también. Estaba muy enojada. Debe ser un truco, uno de sus trucos oscuros, de los que la gente dice que llaman a las doncellas a internarse en el bosque… pero no funcionará conmigo, pensó sacudiendo la cabeza. En ese instante un animalito chocó contra su bota. Era un conejo pequeñito. Rozzabeth lo levantó y le acarició el lomo.
-Lo mataré –le dijo Rozzabeth al conejito en una de sus orejas-. Sí, voy a matarlo, me quedaré con su reino y con el de mi padre cuando muera, y podré hacer lo que quiera… pero primero debe elegirme-. La princesa suspiró y miró al cielo.
Él me elegirá, fue lo último que pensó cuando caminó de regreso al castillo.



Capítulo 4
El viaje al Reino Oscuro
U
n escuálido rayo de sol le dio en la cara, hizo que abriera los ojos y dibujó en su rostro una malvada sonrisa. El día había llegado y ella sabía perfectamente todo lo que debía hacer. Su plan no podía fallar, porque si lo hacía, toda su vida lo haría.
-¡Hoy es el gran día! –dijo Arssa, haciéndola dejar de sonreír.
-Qué bien –respondió ella con ironía.
-En seguida mandaré a las criadas para que te preparen el baño. La costurera vendrá luego para que veas tu vestido.
Arssa salió de la habitación sin decir nada, ni preguntarle nada a su hija. A lo lejos se escuchaba que tarareaba una canción y luego desapareció bajo la escalera. Pasado los minutos, que parecieron segundos, un escuadrón de criadas entró por la puerta.
-Bienvenidas – les dijo Rozzabeth con una tenebrosa voz. Le encantaba ver cómo las jóvenes se persignaban en secreto.
Calentaron el agua y vertieron en ella aceites aromáticos, pétalos de rosas y otras sales minerales. Rozzabeth no quería que fueran ellas quienes la bañaran, porque ella podía hacerlo sola, sin embargo necesitaba ayuda con su cabello, así que solo les permitió  encargarse de ello. Las muchachas le lavaron cuidadosamente la larga cabellera roja, que era como la sangre, y la cepillaron con delicadeza para que quedara reluciente.
Cuando terminaron, la costurera ya estaba tocando la puerta y venía junto a dos hombres que traían el vestido que ella usaría para conocer a su futuro marido. Rozzabeth se puso la bata y permitió que los empleados dejaran el vestido sobre su cama.
El vestido era muy elegante, tenía una gran falda con rosas negras bordadas, el corsé también era del mismo color  y tenía un agregado de encaje que cubría la parte del cuello, entre el escote y las mangas, y por detrás  una fila de cordones subían hasta la parte superior del cuello.
-Es hermoso… -dijo la princesa tomándolo y girando con él. A veces era un poco infantil-.  Pero… quiero un cambio…
-¿Qué es lo que le gustaría cambiar, princesa? –la costurera tenía los ojos bien abiertos porque sabía que aquel cambio no podía significar nada bueno.
Rozzabeth se acercó a su tocador y de un cajón sacó un frasco de vidrio que como tapa tenía una rejilla. Estaba lleno de polillas vivas.
-Quiero que las ponga en el escote del vestido –le dijo ella.
La mujer sintió asco de hacer lo que la chica le pedía, obviamente no le agradaba la idea de atravesar polillas para hacer que el vestido fuera una obra de arte. Rozzabeth no podía evitar tramar cosas para espantar al Rey Oscuro, pero solo haría esto y luego se esforzaría en seducirlo.
-Como usted lo ordene, princesa –dijo la mujer tomando el frasco y se retiró del aposento.
La princesa se puso las suaves medias con ligas de encajes, los botines y para el corsé su madre acudió a prestarle ayuda. A veces, en los mejores días de ambas, hacían ciertas cosas juntas que significaban mucho para las dos. En el fondo, la princesa sabía que era lo que su madre más amaba.
-Has crecido demasiado rápido-dijo la reina mientras miraba la escultural y joven figura de su hija.
En ese momento algo pasó por la cabeza de Rozzabeth, sintió los cordones del corsé apretándole de la misma forma en la que lo hacían sus nuevas responsabilidades de futura reina. Y esposa.
-Sí, creo que si –respondió confundida y sin mirarse al espejo porque sabía perfectamente lo que vería. Una mujer y no una niña.
La modista llamó a la puerta y le entregó el vestido ya modificado. Rozzabeth se probó el traje son las polillas agonizantes. Los insectos aleteaban tratando de salir de la trampa mortal en la que se encontraban, pero era demasiado tarde.
Las criadas entraron a la habitación y junto con las recomendaciones de la reina, peinaron a Rozzabeth dejando su cabello esplendoroso. Agregaron  un tocado con rosas negras en la parte superior envueltas, o mejor dicho enredadas, en curvadas ramas llenas de espinas y en la parte frontal tenía un velo que le cubría  el rostro, pero en realidad era una rejilla y tenía cadenitas que colgaban por debajo del cuello. 
-Creo que por primera vez me has entendido, madre. Parece como si estuviera vestida para mi funeral- comentó sonriente la princesa, al ver lo hermosa que lucía.
-El Rey Oscuro no aceptará a cualquier chica Rozzabeth… él es especial y requiere de una reina igual de oscura que él… que esté a su altura- Arssa se acercó sonriendo feliz -O por sobre él.
Rozzabeth estaba sorprendida, por alguna razón muy estúpida sentía unas ansias descontroladas por conocer al rey. Su corazón ansiaba conocer al hombre que tan informal y sugerente carta le había enviado , quería saber cómo era , cómo lucía, cómo se sentiría estar cerca de alguien como él. Estúpida, se dijo a sí misma, no importa cómo se sienta, no serás suya.
Cuando estuvieron listas, la princesa y su madre bajaron para tomar el carruaje real. El rey las esperaba al pie de la escalera y tenía un misterioso aspecto, parecía sentirse orgulloso y Rozzabeth jamás lo había visto así.

-¡Mirad todos! –gritó inflando el pecho -. Aquí tienen a la próxima Reina Oscura, se los aseguro.
Rozzabeth no pudo evitar dar una pequeña sonrisa de satisfacción y hacer una reverencia a su padre y a los de la corte, que por primera vez, dieron un verdadero aplauso por ella. Bastardos, pensó.
Caminó hasta el carruaje y éste partió a toda prisa. Los caballos eran de color negro y parecían endemoniados cabalgando con tanta elegancia y fiereza al mismo tiempo, llevaban arnés con puntas de metal que les daban un aspecto sobrenatural. Por la pequeña ventana del carruaje pudo ver cómo se alejaba cada vez más de su horrenda vida en el castillo, y se acercaba a su nueva vida en el Reino Oscuro. El aire le faltó unas cuantas veces, así que tuvo que abrir la ventanita para no ahogarse con su propia preocupación.
Entre más se adentraban en el bosque, y se acercaban al reino, los árboles parecían volverse más y más monstruosos. Había pinos gigantescos, árboles de ramas puntiagudas y el musgo atacaba cada espacio libre, como un silencioso parásito que te mata lentamente. Y a lo lejos se escuchaba la fiereza con que el agua chocaba en el acantilado.
-Hemos llegado al Reino Oscuro, mi reina –anunció el cochero cuando cruzaron las gigantescas puertas de metal.
-Muy bien, gracias –respondió Arssa entusiasmada.
La princesa estaba muy nerviosa, sentía que las manos le sudaban y que sus mejillas estaban tan rojas como tomates. Por la ventana pudo divisar vagamente el pueblo, la gente miraba la carroza con sorpresa y otros con desdén. A la distancia se podía ver el castillo, era una imponente  estructura de piedra oscura perfectamente puestas. La edificación tenia tantas torres que no había un número fijo, las puntas de éstas se alzaban desafiante como puñales contra el cielo y frente a la entrada, dónde aguardaban filas de guardias reales, había una pileta en la cual un ángel de blanco mármol, se clavaba un puñal en el corazón y soltaba agua por la boca como si fuera sangre.
Dos carrozas más llegaron al mismo tiempo que la de Rozzabeth, eran las de las otras princesas que competirían con ella para ocupar el puesto junto al rey. Las puerta de los carruaje se abrieron y las doncellas descendieron con elegancia. Marishka, la princesa del reino Viento del Este, era una joven muy linda y esplendorosa, en su mirada no había nada más que bondad. Tenía el cabello rubio y ojos claros, llevaba un vestido azul con un pronunciado escote que hacía parecer su pureza interna, falsa.
Reveqquia, princesa del Reino del Norte, sin embargo, tenía una mirada fría y calculadora. Llevaba un vestido morado muy recatado para su vulgar rostro, al igual que su oscuro cabello. Ambas chicas se miraron sonriente he hicieron una reverencia, pero cuando vieron a Rozzabeth descender del carruaje, ya que lo hizo después que sus contrincantes, las sonrisas se borraron de sus rostros. Lo primero que vieron fue la punta de unos finísimos botines negros, luego, tuvieron que resistirse a abrir las bocas dramáticamente pues Rozzabeth  y su madre venían caminando sobre la alfombra roja que el cochero había deslizado a los pies de las damas.
Rozzabeth sentía las miradas sobre ella como cuchillas afiladas. Las princesas estaban odiándola porque su vestido, con todos sus macabros detalles, la hacía ver como una diosa del infierno que venía a reclamar el lugar junto al Rey Oscuro. Ciertamente, lo era, Rozzabeth sabía que debía ser elegida y que no había otra opción pues de ello dependía su vida entera.
Cuando pasó junto a la pileta, estaba tan nerviosa que no sabía si lo que veía era verdad o no: el ángel había comenzado a escupir agua roja. Sangre.
Las princesas y las reinas las saludaron con una reverencia y ella respondió de la misma forma, pero cuando levantó la mirada, sintió que algo le apuñalaba el alma. Era otra mirada, la del Rey Oscuro. Él la observaba fijamente desde el balcón que estaba sobre la gran puerta principal. Su mirada era tan poderosa que la princesa, aun bajo el velo de su tocado, se sintió desprotegida. Se miraron solo un instante porque los ojos del rey lo requerían, pero la mirada de la joven también era poderosa y bella, tan bella que no permitía que cualquier hombre tuviera la oportunidad de indagar en ella. De perderse.
-¡Bienvenidas princesa a mi humilde morada! –anunció el rey con mucha parsimonia, desde el balcón. De la perdición, imaginó escuchar  agregar al rey, Rozzabeth.
Las princesas, sus madres y los guardias entraron al palacio, y tras cerrarse las puertas, comenzó la verdadera, pero silenciosa, guerra por el rey. Una semana, solo ese era el tiempo que tenía para hacerlo morir por ella, para hacerlo adicto a su peculiar humanidad y luego deshacerse de él como a un trapo viejo.

Será mío, su voluntad me pertenecerá y lo convertiré en mi nueva diversión, se prometió Rozzabeth, sintiendo la verdad que se escondía tras sus palabras.

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