Primera Parte
Oscuridad
Capítulo 1
La Bruja
que era Princesa
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a sangre del pequeño frasco de porcelana
estaba comenzando a coagularse. Era oscura y densa, como miel roja mezclada con
muy poca agua. Se miró en el gigantesco
espejo metálico y trazó los últimos detalles que le faltaban al autorretrato
que estaba haciendo, para que su boca se pareciera realmente a la de ella.
Caminó unos pocos pasos hacia atrás y observó el cuadro terminado. Su rostro
era completamente igual, tenía sus grandes ojos marrón, su delicada nariz y su
boca que sonreía de manera torcida. La composición de la obra era macabra:
parecía hecha por el mismo Satanás, pero era hermosa al igual que ella.
- Ya es hora de comer –la voz de su madre era
dura y tenía un dejo de desprecio.
-No tengo hambre, madre –contestó desafiante
-. No quiero nada.
-Pues deberías, te has pasado horas pintando
sin parar. Además el rey jamás te elegirá si pareces una pluma escuálida y sin
brillo.
-Por si no lo has notado, madre, esa es
precisamente la idea.
-Pues bien, tendrás que comer igual –añadió
su madre con esa típica voz que empleaba cuando ella era una niña-.Tu padre y
yo nos estamos jugando todas las cartas por ti. Si no logras hacer que el rey
te elija, estamos perdidos… todo el reino depende de ti. Sólo piénsalo…
-¡No! -respondió la joven con el rostro
desfigurado por la rabia-. No lo haré, es una locura ¿por qué debo yo sacrificarme por campesinos y nobles
que me creen bruja, solo por ocupar el maldito cerebro?
-Debes hacerlo porque así lo hemos decidido,
y no discutiré más contigo. Será mejor que bajes de inmediato.
Su madre salió de la habitación, dejándola
completamente irritada. Tenía esa facilidad de hacerla enojar, que le producía
un ardor en el estómago de pura rabia. A pesar de que era una reina joven y aún
conservaba los rasgos más bonitos de la abuela en el rostro, la mayoría de las
veces era una mujer insoportable. Siempre complacía a su padre en todo, e
intentaba que el pueblo entero los
admirara con ciega devoción, sin
embrago, ahora, el reino no estaba pasando por su mejor momento y le era cada
vez más difícil mantener a los campesino embobados ante la figura de la familia
real.
Se quitó el delantal manchado de sangre y lo
dejó sobre un banquito de cojines oscuros y bordados. Caminó por el pasillo
dónde las paredes estaban llenas de cuadros de sus antepasados, de los que no
se acordaba o no tenía idea, allí también había muebles de oscura madera
tallada con la delicadeza que solo los diseños góticos pueden dar. Desde la
oscuridad se acercó a la majestuosa escalera de mármol y bajó a regañadientes,
para acompañar a sus padres en la cena que darían a la corte.
Las mujeres que pasaban a su lado la miraban
con temor y le hacían una reverencia lo más rápido posible para alejarse de
ella. Los hombres también le temían, pero le daban lascivas miradas, por la
forma en que su blanco camisón se le pegaba a la superficie del cuerpo.
-¿Qué crees que haces? –dijo su madre ,
tomándola fuertemente del brazo-. ¡Ve a cambiarte de inmediato!
-No me retes a hacerlo, madre –respondió
Rozzabeth, zafándose del agarre de la reina ante todas las miradas atónitas de
la corte-. Tú me obligas a hacer cosas que no quiero, así que si deseas que
haga lo que me dice, acostúmbrate a todos mis caprichos. Y no me digas nada o
me quitaré el camisón aquí mismo para que todos estos repugnantes monigotes
puedan fantasear conmigo.
La reina, Arssa, estaba indignada, tenía las
mejillas rojas de vergüenza y de furia.
-No sé qué fue lo que hice para que seas así…
-susurró su madre con tristeza, mientras la miraba como si no la conociera.
-Desearme, madre, eso es lo que has hecho.
Desearme de manera egoísta, porque tú sabes que no me querías a mí… tú querías
lo que yo significo… tú querías una princesa, no una hija.
Rozzabeth se giró rápidamente, sin permitirle
a su madre decir algo, y salió en dirección a su habitación. Los comensales que
estaban presentes se sentaron como si nada hubiera ocurrido, estaban
acostumbrados a los berrinches de la princesa. Era pan de cada día.
El rey Genor entró al gran comedor acompañado
de sus guardias reales, y se ubicó en la cabecera de la mesa.
-Hoy ha llegado una carta –anunció mostrando
el papel y sonriéndole a su esposa-. El Reino Oscuro nos ha aceptado para que
mi ilustre hija, la princesa Rozzabeth, se presente ante el rey.
- ¡Hagamos un brindis! – añadió Arssa para
tratar de disimular la ausencia de la princesa -. Por nuestra amada… futura
reina ¡Rozzabeth!
La madre de la princesa llenó de vino su copa
de plata con ángeles tallados, y la levantó con orgullo. Aunque Rozzabeth
pensaba que su madre no la quería, eso era una completa mentira. Todos en la
mesa levantaron sus copas para brindar por la chica a la que llamaban buja por
la espalda, para que ésta fuera, con mucha probabilidad, la nueva esposa del
Rey Oscuro.
Rozzabeth se había quedado fuera del comedor
para escuchar la conversación y al oír
la noticia, su corazón ardió. Hasta el último minuto había esperado que los del Reino Oscuro rechazaran
la petición debido a los rumores de que era una bruja, sin embargo no había
sido así y ahora debía enfrentarse a la posibilidad de un matrimonio que no
deseaba, solo por salvar a unos miserables campesinos que la quemarían viva si
pudieran.
Ni crean que
lo haré,
pensó. Haría cualquier cosa para que el rey no la eligiera, no permitiría que
los pueblerinos o los de la corte, se llevaran la mejor parte y a ella la
sometieran a la cama de un rey al que si bien respetaban, la gente también le
temía.
La noche había llegado y en el castillo todos
parecían llenos de cosas que hacer. El rey se había ido a dormir muy temprano
porque no se sentía bien, era un hombre adulto y había sobrepasado hace mucho
la esperanza de vida de la época, y
ahora estaba enfermo. Rozzabeth estaba en su habitación sin hacer nada más que
sentir odio. Estaba molesta y la nariz le sangraba. La sola idea de que
planearan su vida sin ella, la exasperaba, la hacía sentir como un objeto,
y la verdad es que sí lo era: un valioso
y peligroso objeto que podía der vida al reino
o simplemente destruirlo.
-Pensé que ya estabas dormida –la voz de Arssa
la sorprendió desde la puerta.
-Y yo pensé que estabas ocupada poniéndolo
todo en orden, pero ya vez , la vida nos sorprende siempre.
La sangre de la nariz le llegó a la boca y un
sabor metálico se esparció por su garganta.
Arssa se acercó con un pañuelo y le limpió el
rostro con delicadeza. Hace mucho tiempo que Rozzabeth no veía un gesto tan
maternal de parte de la reina. La dulzura con la que Arssa la trató, hizo que
la recorriera un escalofrío. Por mucho tiempo quiso una madre que la amara, que
se preocupara por ella, pero precisamente ahora no la necesitaba, quería estar
molesta, quería odiarla por haberla traído a este horrible mundo. Pero no podía
hacerlo.
-¿Puedo ver la carta? –su voz sonaba apagada
y triste.
-Por supuesto –contestó su madre, y de un
escondido bolsillo de su elegante vestido, sacó un sobre-. Toma, aquí está.
El papel era finísimo, pero en manos de la
princesa se sentía como si fuera de material sólido y pesado, como una roca que
no era capaz de sostener.
Abrió el sobre y leyó la carta. Ésta estaba
escrita con una caligrafía notoriamente masculina. Él mismo la ha escrito, pensó de inmediato con el corazón
acelerado. Esa es su táctica, pero no
funcionará conmigo. Pasó la yema de los dedos sobre la cera negra del timbre
real: era el emblema del Reino Oscuro, un perro de tres cabezas.
-¿Por qué tenía que ser él, madre? –Los
grandes ojos de la princesa fulminaron a la reina con una mirada que le llegó
hasta la médula-. Hay muchos otros reinos…
-El suyo, Rozzabeth, es el más estable y si
nos unimos a él, nuestra sangre seguirá corriendo por las venas de las próximas
generaciones de reyes. Además, sin importar lo que la gente rumorea por las
desgracias que han vivido algunas jóvenes, el reino Oscuro lo respeta…
Arssa
sabía que su respuesta no era completamente cierta, pero su hija era fuerte y
en caso de que el rey fuera un peligro, sabría defenderse.
-¡Es porque le tienen miedo! Temen que se
lleve a sus mujeres –Rozzabeth se levantó abruptamente de la cama y se dirigió
a la ventana, el aire frio la calmaba-. Y pretendes que sea su esposa… ¿Qué tal
si me mata? ¿Ni a ti ni a mi padre les importo un poco?
En realidad ella tampoco creía en las
habladurías, al menos no del todo. La gente hablaba de que ella era una bruja y aunque no era cierto, sabía que era
diferente del resto, se había sentido así desde siempre y era por eso que sabía
probable que lo que la gente dijera del Rey Oscuro, también fuera mentira. Quizá.
-Claro que nos importas, incluso más de lo
que te puedas imaginar, pero esta es nuestra última opción. Tú última opción. Si ese loco rey no te
acepta, si él no te elige, jamás tendrás a nadie… todo el mundo te rehúye,
saben que eres… diferente.
-De modo que… ¿el que él me elija es un
regalo? –Rozzabeth sentía cómo la ira se apoderaba de ella. Ahora su ojo
izquierdo le sangraba, estaba llorando sangre-. No crees que alguien pueda
amarme… crees que soy un monstruo ¿No, madre?
Arssa bajó la vista y guardó silencio. Desde
que Rozzabeth había salido de entre sus piernas, supo que no era normal. Había
algo oscuro y hermoso en la niña, y con el tiempo supieron que era cierto,
primero creían que se trataba de locura, pero cuando creció y los sirvientes la
vieron sangrar de esas formas tan raras y repentinas, el rumor de que era una
bruja recorrió toda la región y la dejó confinada a vivir en la soledad más
absoluta que una niña podía tener. Rozzabeth a diferencia de las otras
jovencitas de la corte, sabía cosa, ella había pasado el tiempo de su niñez estudiando
y había descubierto un mundo que las otras no sabían que existía. La ciencia,
la literatura y las artes se le daban muy bien, por eso cuando era muy pequeña,
había tenido la idea de que todas las mujeres deberían ser así, sin embargo
cada vez que ella decía algo inteligente, o en contra de las creencias, todos
la reprochaban. Incluso cuando ayudó a curar a un sirviente de la corte al que
la peste negra había atacado, todos dijeron que se debió a sus conjuros de magia maligna, y a nadie le
importó que salvara una vida.
La reina salió de la habitación sin decir
nada más y la princesa se quedó sola otra vez. Caminó hasta su cama y se
recostó, llorando desconsolada. No podía creer que ella pensara lo mismo que su
madre, que le encontrara la razón en algo tan cruel como pensar en que nadie la
amaría, pero cierto es que nadie muere sin ser amado, aunque sea, en algún
momento y Rozzabeth, por muy bruja que la creyeran, ella sería la protagonista
de un amor sin igual, un amor que se escribió el día en que la procrearon.
Capítulo 2
El
regalo para el rey
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res días. Esa era la cantidad de tiempo que
le quedaba antes de que ella y su madre iniciaran el viaje hacia el Reino
Oscuro. Tres días para que su vida diera un giro radical y se uniera a la del
rey, porque era obvio que ella sería la elegida. Rozzabeth lo sabía.
El día estaba misteriosamente soleado y una
brisa fría corría agitando las hojas en las copas de los árboles. Rozzabeth se
levantó y llamó de inmediato a la criada para que la ayudara con el baño,
bueno, en realidad solo quería que llenara su bañera de metal con patas de león,
con agua caliente pues le gustaba pasar
largo rato allí.
-Ya está listo el baño, señorita –dijo la
joven mujer sin mirar a Rozzabeth.
-Puedes irte, ya no te necesito –contestó la
princesa mientras se desvestía delante de ella.
La criada era joven y de bonito rostro, pero
Rozzabeth sabía que nadie podía superar su belleza. Ni siquiera la ramera más
elegante de la corte tenía unos pechos tan redondos como los suyos, o unas caderas con tanta
gracia como las que ella tenía, o esas piernas suyas que parecían tan bellas a
pesar de no ser tan delgadas como las de las otras jóvenes. Y por sobre todo,
ninguna mujer tenía una marca de nacimiento como la de ella: ubicada en el
coxis y de un color rojizo muy fuerte, que tenía la forma de un mapa.
Obviamente algunas de las mujeres que habían sido quemadas años atrás, por
brujas, tenían este tipo de marcas, pero ninguna de las que Rozzabeth había
visto era tan peculiar, incluso parecían una blasfemia para las marcas. Eran
ordinarias.
El agua estaba caliente, pero a una
temperatura agradable. Todos sus músculos del cuerpo se relajaron de la tensión
que había guardado durante la noche. Los segundos pasaban y cada vez faltaba
menos para el día de la presentación .No podía concebir plan alguno para
impedir que eso ocurriera, debido a lo nerviosa que estaba, pero aun así
recibió una idea. Parecía una voz divina, que le decía lo que tenía que hacer.
-¡Criada! –gritó ansiosa.
La joven doncella entró y la miró sorprendida
por su desnudez.
-¿Sí, mi lady? –agregó para disimular lo
nerviosa que Rozzabeth la ponía.
-Mande, por favor, a dos hombres para que
vengan a buscar ese cuadro –la princesa le indicó con el dedo la pintura que
estaba en el caballete-. Y deben llevárselo al Reino Oscuro para que se lo
entreguen como un regalo al rey. ¡Ah! Mis padres no pueden enterarse de esto
¿entendido?
-Entendido, señorita –respondió la criada
luego de que la princesa le diera una gélida mirada. Salió del cuarto.
Rozzabeth apresuró su baño y se puso la
frondosa bata para colocarse a escribir
una carta que enviaría al rey junto con el cuadro. La carta era más bien una
nota informal que decía:
“Este autorretrato es un pequeño obsequio para ti Señor
Oscuro, espero que desfrutes del arte de mi sangre… prometo que no tiene
ninguno de mis hechizos.
Rozzabeth I, princesa del Reino de Espinas.”
Rozzabeth les entregó la carta a los hombres
que se llevaron el cuadro en una caja acolchada con terciopelo rojo. Espero que eso sea suficiente, pensó la
chica cuando, a través de la ventana, vio el carruaje de los empleados alejarse
camino al Reino Oscuro. La princesa esperaba que un retrato pintado con sangre
humana fuera lo suficientemente retorcido como para que el Rey Oscuro la
considerara una loca a la que no debía tomar por esposa.
-Hoy pareces alegre –Genor la sorprendió con
su visita. Su padre no solía tener demasiado tiempo para ella-. ¿Es que ha
ocurrido algo?
-No, pero supongo que debo aprovechar
mientras no tenga que estar lidiando con un esposo totalmente desconocido,
padre.
-Así son las cosas, hija mía. A veces hay que
sacrificarnos por cosas que trascienden más allá de nosotros mismos –el rey
hablaba como si él hubiese hecho muchos sacrificios, pero su hija lo dudaba.
-Por lo que veo estás muy convencido de que
seré yo a quién él elija –incluso
Rozzabeth pudo sentir cómo su voz cambió al nombrar al rey.
-De seguro serás tú, amor. Eres la más
hermosa y en ello es lo que se fijará el Rey Oscuro… quizá no sea un
jovenzuelo, pero un hombre como él necesita una chica como tú. Hermosa.
El rey se había acercado a su hija como
tratando de convencerla, pero eso solo hizo que la joven se molestara más.
-Soy mucho más que eso, padre –Rozzabeth se
sentía mal porque incluso su padre solo la veía de manera superficial.
-Lo sé, pero ser hermosa es lo que te ayudará
a ser elegida. Debes seducirlo y lograr ganarte su corazón… o su pasión –agregó
Genor con tono muy serio-. El Reino de Espinas depende de ti, Rozzabeth, no me
queda mucho de vida… lo sé… y tú eres el futuro.
Rozzabeth se apartó triste y enojada. Le
apenaba que su padre estuviera enfermo, pero sabía que no había nada que hacer
con ello, pero le molestaba que usara su estado de salud para persuadirla.
-Y pensar que todo esto es por unos cuantos
campesinos y nobles a los que les encantaría que tu hija muriera quemada en la
hoguera… ¿Alguna vez has hecho algún sacrificio, padre? –preguntó Rozzabeth de
manera irónica.
-Sí, tú eres el mayor sacrificio que tu madre
y yo hemos hecho, Rozzabeth… alguna vez lo entenderás.
Dicho esto, Genor salió de la habitación.
Rozzabeth se quedó sola de nuevo, su tristeza era lo único que la acompañaba. A
veces también creía que nadie podría quererla, después de todo ¿Quién podría amar a una chica que puede
hacerte sangrar solo por capricho?