Capítulo 7
El nacimiento de la bruja
“Venimos de
otro lugar, de uno más oscuro”
ozzabeth solo tenía prendida una vela porque
aún no dejaba de pensar en lo que Verona
le había dicho. Ella sabía que su historia para ser concebida no había sido
nada buena, por eso las palabras de la oculta princesa le hacían sentido.
Muchos años atrás en el Reino de Espinas, su
padre había sido coronado como rey y había tomado a su madre por esposa. Ella
era una joven muy distinguida pues
pertenecía a la casa real más importante de la corte. Su madre era la más bella
e inteligente de las doncellas, así que su padre había caído rendido a sus pies,
había enloquecido de amor por ella así que la hizo su reina. Todo era perfecto,
pero el sufrimiento llegó cuando su madre se enteró de que su vientre estaba
seco y que jamás podrí dar un heredero a la corona. Ese sería el fin.
Intento tras intento habían fallado, no había
nada qué hacer, jamás podrían tener un heredero que fuera hijo de ambos. Tomar
otra esposa no era una opción, ninguno quería abandonar al otro, se amaban y
cuando la gente se ama comete pecados imperdonables… de ahí había nacido ella,
del pecado.
Cuando ya habían pasado años intentando la
decepción llevó a los reyes al límite, al último y más peligroso de todos:
pidieron ayuda a una bruja, a una de verdad.
Los pasos que siguieron para concebirla
fueron fáciles y horrorosos. Necesitaron las rosas más grandes, rojas y
hermosas del reino, las espinas más largas y puntiagudas, sangre de un blanco
cordero y metal. También necesitaron su amor y este debía ser fuerte y puro.
En un
ritual a plena luz de la luna de sangre los reyes dejaron todo lo que eran y todo
lo que creían atrás, para poder entregarse al otro, para poder ser bendecidos
con el regalo de dar vida. Arssa se había tendido desnuda en el montón de rosas
cortadas mientras Genor le clavaba espinas y las entrelazaba con su cabello. La
luna había salido de entre la espesa bruma y los llenó de pasión. Recorrieron
sus cuerpos convirtiéndose en uno solo y susurrando suplicas a la luna para que
les diera un hijo. Bebieron la sangre del cordero mezclada con el metal fundido
y con el resto dibujaron un arco atravesado con una flecha y un círculo dónde
estos se unían.
Seis meses después nació la princesa
desgarrando a su madre desde el interior, pero Arssa no sintió dolor, estaba
tan embrujada con la ternura del bebé que no le importaba dar su vida por la de
la criatura. Al nacer prematura, los médicos y curanderos no creyeron que
pudiera sobrevivir, no obstante, el metal y las espinas la habían hecho fuerte.
Imparable.
A medida que crecía el problema había
regresado. La princesa no era normal, no era igual a las chicas de la corte,
ella era demasiado de todo como para ser humana: demasiado inteligente,
demasiado hermosa, demasiado cruel y demasiado buena a la vez. Rozzabeth no
recordaba a qué edad habían comenzado a llamarla bruja, pero sí la vez en que incluso
ella creyó ser una. Fue una de las pocas veces que había dejado el palacio
junto a su padre, habían ido al pueblo con la escolta real y un campesino trató
de escupirle y la llamó bruja infernal. Ella lo había mirado con odio y solo segundos después el hombre había
comenzado a convulsionar frente a todos los presentes, votando sangre por la
boca y por los ojos. Ella había matado al hombre con solo mirarlo, y aunque su
padre trató de convencerla de lo contrario, ella sabía que había deseado que
muriera.
Un ruido la sacó de sus recuerdos y la vela
se apagó de un soplido. En la oscuridad, trató de encenderla nuevamente pero no
pudo hacerlo. Se levantó y caminó hasta la puerta, la abrió y caminó por el
corredor con mucho cuidado como si fuera una ladronzuela o algo así. Su camisón
se enredó con un mueble y tuvo que sacárselo para poder desenredarlo. De pronto
escuchó otro ruido y la gran puerta al final del pasillo se abrió un poco,
dejando entre ver la llama de una vela que estaba prendida.
Rozzabeth sabía que no debía ir, sabía que
debía dar media vuelta y regresar a su habitación, pero era curiosa y ya había
llegado muy lejos como para acobardarse ahora. Siguió sus pies que llevaron
ante la puerta y se metió en la habitación.
-Esto no puede ser…- dijo en un susurro para
ella misma.
La habitación era enorme y una cama
gigantesca con cortinas de encaje negro ocupaba el centro. Había libros y un
pedestal para dejar la corona. Era el cuarto del rey y en una de las paredes,
frente a la cama y bajo el escudo del reino, descansaba su retrato, el que
había hecho con su propia sangre. El cuadro solo tenía una diferencia a cómo lo
había enviado, ahora tenía una inscripción sobre una placa metálica:
“Maribeth I
del Reino Oscuro, hija del Reino de Espinas”
-Es un cuadro muy hermoso- dijo la voz del
Rey Oscuro en el oído de Rozzabeth.
La joven volteó asustada y casi tropezó con
el dobladillo del camisón.
-¿Por qué tiene esa inscripción? Yo no lo he
enviado así – dijo fingiendo molestia.
-Yo lo he cambiado. Cuando seas mi esposa…-
dijo él sonriendo- te coronaré como Maribeth, porque eres la más hermosa- agregó acariciando el cuadro.
El toque que dio el rey al retrato la
traspasó y Rozzabeth lo sintió en su propia mejilla. Y no pudo evitar sentir
que le gustaba profundamente.
-Eres bastante rápida-comentó él de repente-
Ni siquiera nos hemos casado y ya quiere que utilicemos nuestra alcoba
matrimonial.
-¿Qué?- Rozzabeth se ruborizó.
-Claro que sí ¿por qué otra cosa si no
estarías aquí? Pero yo no tengo ninguna objeción.
El rey se acercó y desabrochó una de las
cintas del camisón de la princesa, haciendo que se deslizara por su hombro.
-Espero que no te comportes así con todos las
futuras reinas de este lugar –contestó ella acercándose amenazante.
-Yo soy un caballero querida Rozzabeth. Solo
tengo ojos para ti.
El rey se acercó aún más a ella como si
quisiera hacerle ver que no le mentía, que le decía la verdad.
-Claro… solo tienes ojos para mí pero llevas
sangre de otra sobre ti –comentó limpiándole
la comisura del labio donde una gota escarlata trataba de esconderse.
Él bajó la vista y la desvió como si se
sintiera mal por ser descubierto en tan embarazoso estado. Rozzabeth sonrió
alegremente al saber que llevaba el control de la situación, sin embargo sentía
una extraña sensación que le erizaba la piel. Era la sensación de tener la
certeza de que las habladurías sobre él eran ciertas y a la vez sentir una
lujuriosa curiosidad acerca de lo que él les hacía a las chicas.
-No te preocupes –le susurró con los labios
tan cerca de la oreja que el roce le quemaba-. Por ahora no somos nada,
querido, pero te advierto que soy muy celosa y es mejor que no trates de
conocer esa parte de mí, porque te aseguro que me creerías un monstruo.
Rozzabeth caminó hasta la puerta pero cuando
iba a salir, se giró y dijo:
-Por cierto, gracias por creer que soy la más
hermosa.
Dicho esto salió del cuarto del rey tan altiva
como si ya fuera la reina, pero regresó a su aposento con el corazón latiéndole tan rápido que tuvo
que ejercitar su respiración para tranquilizarse. Por lo visto el Rey Oscuro
enloquecía por ella, así que si todo seguía de la misma forma en dos semanas
tendría la primera parte de su libertad.
Capítulo 8
El Paseo
or la mañana muy temprano Rozzabeth se preparó
con un vestido gris y un sofisticado moño del que colgaban cadenas de plata para poder recorrer el castillo a escondidas y
así cuando fuera reina sorprendería a todos conociendo el lugar a la
perfección.
Salió de la habitación cuidadosamente pero se
percató de que había un guardia resguardando su puerta. Lo saludó amablemente
para que luego no dijeran que era una mal educada y les avisó que daría una
vuelta por el castillo sin su compañía.
-¿Está segura que no quiere desayunar junto al rey? Su majestad ya está
en el comedor real junto a las otras princesas.
Rozzabeth abrió tanto los ojos que el guardia
retrocedió asustado. Bajó las escaleras respirando pesadamente pero al llegar
fingió desconocer la situación. Marishka estaba sentada muy cerca del rey y
Reveqquia charlaba con ellos tan animadamente que no se dio cuenta de cuando
Rozzabeth llegó.
Sobre la mesa había diferentes tipos de panes
de los cuales se desprendía un exquisito olor, pero Rozzabeth casi no lo notó
porque el aroma del vino que se desprendía de la única copa que estaba en la
mesa la enloqueció. Rameras pensó con
disgusto al ver que todos compartían la copa de vino del rey como si no tuviera
importancia, lo cual la enojaba aún más y le hiso provocar un derrame de vino sobre el
elegante mantel.
-¿Qué ha pasado?-farfulló Reveqquia
levantándose de la mesa antes de que el rojo líquido alcanzara su vestido.
-Se ha derramado ¿O no lo ves?-le respondió
Rozzabeth satisfecha. Amaba poder realizar acciones tan solo con pensarlas.
Se sentó en el otro extremo de la mesa para
mantenerse lo más alejada del rey, sin embargo, él no estaba dispuesto a
permitírselo y caminó hasta ella para poder saludarla cortésmente.
-Es un gusto que ya nos acompañes- dijo él
antes de besar la mano de la chica.
Las princesas quedaron molestas y
sorprendidas por la actitud del rey. La forma en que había deslizado sus labios
por las delicadas manos de Rozzabeth con lujuria y elegancia les hiso ver la
posición que tenía la bruja sobre
ellas.
-¿Dónde está mi madre?- Rozzabeth evitó la
mirada del rey para no desmoronarse.
-Ha ido con las otras reinas a dar un paseo
por el jardín- respondió sin soltar su mano.
Alaster quería que la princesa lo mirara,
pero ella solo lo ignoró como si estuviera acostumbrada a pasar por alto los
sugerentes gestos que un rey pudiera tener con ella. Decepcionado por la actitud,
se retiró junto a Valerius, quién lo había venido a buscar y las princesas
continuaron el desayuno sin él.
-Buen día princesas-dijo una encantadora voz
que entraba en el comedor.
Mariska y Reveqquia respondieron sin ánimo y
siguieron comiendo sin hacer caso a Verona.
-Buen día princesa Verona- respondió
Rozzabeth haciendo una reverencia.
La hermana del rey sonrió dulcemente y
decidió seguirle el juego haciendo también una reverencia. Las princesas se
miraron desconcertadas y trataron de cambiar a una actitud más amable.
-¿Qué les ocurre? ¿Es que no sabían de la
Princesa Oscura?
Verona vio la sonrisa maliciosa de la
princesa y comprendió por qué ella sería la elegida para ser reina. Tenía una
actitud tan impredecible que la hacía irresistible a la curiosidad.
-Yo si lo sabía, pero los rumores en mi reino
decían que la princesa no era más que una recogida que jamás pudo parecer
realmente parte de la familia real.- Las palabras salieron de Marishka como veneno.
-Pues que mal que no estés informada de la
gente que vive alrededor del que podría ser tu futuro esposo- Contestó Verona
con un tono altivo – Bueno, en realidad todos sabemos que no te elegirá a ti.
Reveqquia y Rozzabeth quisieron reí por la
humillación que acababa de vivir su contrincante, pero se contuvieron.
-¿Te gustaría dar un paseo, Rozzabeth?
–preguntó Verona.
-Claro, será un gusto.
La princesa no solía tener amigos y
acostumbraba a que todas las chicas que conocía la odiaran, así que le pareció
encantador que Verona fuera tan amable con ella. Juntas atravesaron el castillo
y caminaron hasta uno de los jardines que quedaban más cercanos a la otra
entrada del palacio.
-Ha de ser muy difícil estar en tu situación…
es estúpido competir cuando ya eres la ganadora- comentó la Princesa Oscura
mientras avanzaban por una arboleada.
-Sí… más o menos. Sería más fácil si ellas no
estuvieran… No sé por qué él las dejó
venir.
-Le dije a Alaster que no aceptaras sus
solicitudes pero es muy terco y dice que por cosas políticas no podía rechazarlas.
Claro, cosas
políticas mis medias, se dijo Rozzabeth en un tono tan lleno de celos que pensó que
vomitaría sangre.
-Hoy saldrá a dar un paseo con cada una ¿No?
-Sí, pero no debes preocuparte… Alaster es
muy cuidadoso.
Rozzabeth la miró con ironía.
-Quizá las chicas del pueblo le teman… pero
él siempre trata de no es tan malo
con ellas.
Caminaron hasta llegar a un banquito de metal
y se sentaron en él para observar las
aves que había cerca.
-Entonces lo que dicen de él es… verdad- Al
preguntar esto, Rozzabeth pudo sentir cómo palidecía.
-Algunas cosas sí, otras no. Pero todo lo que
hace es por necesidad, no es que quiera.
-¿Y por qué me quiere a mí? Puede tener a
todas las campesinas que quiera.
-Es una historia larga de contar, pero tú
también lo necesitas a él… aunque ahora no lo parezca.
A la hora de la comida, Rozzabeth no levantó
la vista de su plato a pesar de que sabía que el rey buscaba su mirada. Tenía
hambre y la comida estaba deliciosa pero sentía una inquietud horrible, que no
le permitió comer más.
-¿Te encuentras bien querida?- Le preguntó
Arssa poniendo una mano en su hombro.
-Estoy cansada, eso es todo.
-¿Estas segura, no quieres ver al médico?
El Rey Oscuro la obligó a levantar la vista
en su dirección cuando pronunció estas palabras.
-no, gracias.
Rato más tarde, cuando ya casi habían
terminado el incómodo almuerzo, Alaster anunció que saldría a dar un paseo con
Reveqquia por el pueblo.
-Me disculpo por no acompañarlos más, pero me
retiraré a mi habitación- dijo Rozzabeth.
-Si lo deseas podemos suspender el paseo para
que nos quedemos todos juntos hasta que estés mejor-se apresuró a decir el rey
con cierta preocupación que la inquietó e hizo que Verona sonriera.
-No se preocupe por mí, alteza. Cumpla con su protocolo y salga con
Reveqquia ya que sería injusto arrebatarle
su compañía en este paseo tan solo porque no me encuentro bien. Después de todo
yo seguiré aquí cuando regresen.
El rey sintió ganas de arrepentirse de dar el
paseo y quedarse vigilando a Rozzabeth, pero no podía retractarse, así que
siguió el protocolo.
-La princesa del Reino de Espinas parece ser
una chica con mucho carácter e irreverencia ¿no cree, alteza?
-Sí.
La verdad es que su carácter es demasiado llamativo como para ser una princesa
tan joven… pero es lo que la hace especial.
Reveqquia observó al rey y vio cómo éste se
sentía culpable por haber dejado sola a Rozzabeth cuando se sentía enferma.
-Así que por lo que veo es ella la que ha
llamado su atención ¿o me equivoco?
-No es correcto que antes del baile de
elección dé mi veredicto- Respondió él girándose y dándole una tierna mirada a
la princesa Reveqquia.- Pero no me parece posible ocultar lo que es evidente a
los ojos de todos.
Algo en la mirada de Alaster hizo que el
corazón de la Princesa del Norte latiera con compasión, era como si pudiera ver
lo real que era el sentimiento del rey.
Siguieron su paseo por el pueblo, hablando de
cosas triviales: política, la peste y otros, mientras todos los pueblerinos les
daban una reverencia y fantaseaban con que Reveqquia fuera su nueva reina.